A Donald Trump le puede salir el tiro por la culata.
Negar que Donald Trump (1946-¿?) ha puesto de cabeza cuando menos a la mitad del mundo (hay algunas naciones tan independientes como atrasadas a las que el nuevo mesías yanqui, con sus amenazas, bravatas y estupideces no les hace ni frío ni calor).
Pero hay dos naciones contra las cuales Trump ha enfocado sus baterías: México y China, por cierto muy diferentes entre sí. México es un país fallido, endeudado, que depende económicamente del imperialismo yanqui, en tanto que China, con sus mil 400 millones de habitantes, que trabajan ardua y patrióticamente a cambio de un plato de arroz, es nada menos que la primera potencia económica del mundo, desde el año 2010.
Trump manifiesta un odio reconcentrado contra México, al que quiere pulverizar y poner de rodillas de la siguiente manera:
Desconocer, en todas las partes que favorezcan a México en el Tratado de Libre Comercio para América del Nortte, suscrito por Canadá, Estados Unidos y México en 1992, pero que entró en vigor el 1° de enero de 1994, en el que se establecen reglas de libre comercio entre las tres naciones, lo cual ha sido benéfico para los tres países. Recuérdese que el economista escocés Adam Smith (1723-1790), padre de la técnica, que no ciencia, económica, escribió en su libro sobre “La riqueza de las naciones”, que la principal fuente de prosperidad para cada nación es su comercio exterior. A Trump no le importa que su país deje de beneficiarse que el TLCAN con tal de que a México, país por el que siente un extraño odio concentrado “se lo lleve el tren”.
Otra medida del programa de Trump es la de expulsar de su país a todos los migrantes indocumentados, que son más de 3 millones, que huyeron de la miseria en nuestro país fallido. También devolver a México a todos aquellos braceros mexicanos que hayan cometido algún delito en Estados Unidos. Sostiene el nuevo presidente yanqui que la invasión de migrantes ha provocado desempleo entre los estadounidenses, pues los mexicanos desempeñan los trabajos más humildes y hasta peligrosos por menos de la mitad de lo que cobran los yanquis. Para redondear su guerra contra México, Trump anuncia que cobrará impuestos sobre las remesas que tales braceros envían, de sus sueldos, a sus familiares a México. Esto constituye sadismo exacerbado contra los parias mexicanos.
También anuncia este agresivo bestial ultranacionalista que construirá un muro a lo largo de los 320 kilómetros de frontera entre EU y México, y que su costo (unos 10 mil millones de dólares) se lo cobrará, ¨de alguna manera¨, al gobierno mexicano.
Tal vez nunca, en la historia de la humanidad, se ha presentado un programa de gobierno tan agresivo como este contra un país vecino, amigo, que ha entregado sus principales riquezas (petróleo y electricidad) al agresor que olvida que ya en 1847, los Estados Unidos le robaron a México las dos terceras partes de su territorio, lo que hizo la grandeza actual de lo que eran en sus orígenes las 13 colonias yanquis.
Pero hay algo, como dijera Juárez al invasor Maximiliano, que está por encima del abuso y la agresividad de las naciones poderosas que no es, ahora, el juicio tremendo de la historia, sino la señal para México de que debe cambiar de rumbo y trabajar con patriotismo por su propia grandeza, suprimiendo la corrupción e impunidad y trabajando con amor a la Patria, logremos vencer a las tres fuerzas negativas que caracterizan al subdesarrollo: la pobreza, la ignorancia y la insalubridad. Finalmente, México debe diversificar su comercio con todo el mundo, para así provocar que al enemigo público número uno de nuestro país, Donald Trump, “le salga el tiro por la culata”. Y algo más, hay que ir dejando, poco a poco, de comprar productos yanquis.
